Con una sensibilidad exquisita para descifrar aromas y sabores, Ana Luisa Suárez Hernández ha convertido el arte de la cata en una experiencia sensorial profundamente personal. Su carrera como sommelier no solo refleja un conocimiento profundo del mundo del vino, sino una intuición especial para entender cómo cada botella puede transformarse en un reflejo del estado de ánimo o una celebración de los instantes más significativos de la vida. En esta entrevista conocemos su perspectiva sobre la íntima conexión entre emociones y vinos, así como los secretos detrás de sus elecciones más memorables.
Ante el cuestionamiento sobre cómo influyen las emociones o el estado de ánimo en la elección de un vino, Ana Luisa Suárez reveló una conexión íntima entre ambos aspectos. “Hay una relación fascinante entre el estado de ánimo y el vino que voy a seleccionar para un momento de mi día”, explicó con entusiasmo. Compartió, además, un ejemplo personal: “Si es un miércoles, a mitad de semana, con el estrés acumulado entre el trabajo, las actividades de los hijos y la agenda con mi pareja, lo más seguro es que prefiera un pinot noir del Nuevo Mundo. Sutil, con notas de cereza, granada, arándanos, clavo y un delicado toque de vainilla, equilibrado en acidez y con taninos suaves. Mi elección sería un Sea & Sun Pinot Noir de Santa Lucía, California”. Afirmó que existe una fuerte relación entre las emociones y el vino que elegimos, demostrando que cada etiqueta refleja más que un gusto: traduce estados emocionales en experiencias sensoriales.
Consultada sobre el mayor mito en torno al vino que le gustaría desmentir, la sommelier respondió con una sonrisa. “Me da mucha risa cuando me dicen en las catas: ‘Este vino es de mejor calidad porque tiene unas lágrimas, piernas o cuerpo muy pronunciados; las lágrimas bajan lentamente y se percibe una alta densidad en la copa’”. Explicó que esta densidad y las lágrimas lentas no guardan relación alguna con la calidad ni con el precio del vino. “La densidad proviene del alcohol, generado durante la fermentación alcohólica, cuando los azúcares de las uvas se transforman en alcohol y dióxido de carbono gracias a la acción de las levaduras. Este proceso es esencial para determinar el nivel de alcohol del vino, pero las lágrimas gruesas y densas no son indicadoras de su calidad ni de su valor”, precisó con firmeza, invitando a apreciar cada copa sin dejarse llevar por ideas erróneas.
A mitad de la conversación, Ana Luisa compartió una anécdota inolvidable. Recordó una cena con Chuck Wagner, enólogo de Caymus Vineyards, a quien admira por su humildad y pasión por el oficio. “Durante la celebración del cumpleaños de su mejor amigo, anunció: ‘Hoy brindaremos con un vino tinto de California de 1920’, el mismo año en que se inició la Ley Seca en EE. UU.”. La botella, un cabernet sauvignon de Inglenook Winery —donde su bisabuelo trabajó tras emigrar de Alsacia—, se descorchó con extrema cautela. “Sorprendentemente, el vino seguía vivo, con tonos naranja ocre y aromas de madera, nuez y licor de cereza. Aunque se desvaneció con el oxígeno, fue una experiencia irrepetible”, relató con emoción.
Al abordar las tendencias en el mundo del vino, Suárez destacó el impacto del cambio climático. “Nuevas zonas, como Inglaterra y Suecia, están comenzando a tener climas propicios para la viticultura”, señaló. También enfatizó la creciente importancia de la sostenibilidad y la producción ecológica, con prácticas responsables como la viticultura orgánica, biodinámica y regenerativa. “Reducir la huella de carbono es esencial en la actualidad”, agregó. Otra tendencia incluye el auge de los vinos naturales, de baja graduación alcohólica o sin alcohol, así como la entrada al mercado de nuevas regiones vitícolas, como China, Brasil y Europa del Este, que aportan estilos y variedades innovadoras.
Reflexionando sobre lo que las futuras generaciones de sommeliers podrían aportar al mundo del vino, destacó su potencial para transformar y enriquecer la industria. “Tendrían la oportunidad de proponer nuevos enfoques que reflejen los cambios en la sociedad, las culturas y las tecnologías emergentes”, afirmó. Subrayó la importancia de ser embajadores de un consumo responsable, promoviendo vinos que respeten el entorno y apoyen prácticas vitícolas sostenibles. “Conectar el vino con la tecnología será clave”, añadió. Además, consideró esencial que, antes de juzgar un vino, se conozca su historia, la región y el estilo del enólogo, creando así un vínculo más profundo con cada copa.
Para cerrar la entrevista, Ana Luisa Suárez Hernández comentó sobre el futuro del vino: “Cada botella narra una historia que une tradición e innovación”. Con optimismo, resaltó la importancia de la educación y la conexión emocional que brinda esta bebida. “Invito a todos a explorar y descubrir la diversidad que ofrece el mundo vinícola”, concluyó, dejando una invitación abierta a disfrutar de nuevas experiencias en cada copa.